sábado, 28 de enero de 2017

Tiempo Coagulado

"Entré y me vi a mí mismo, con vestido de púrpura, sentado a una mesa suntuosa, servido por mil esclavas en las que reconocí a todas las mujeres que, a lo largo de mi vida, aun fugazmente, habían arrebatado mis sentidos. Fui presa de un indecible disgusto al reconocer que ése, mi doble, desde que vivía se regodeaba ahí, en la embriaguez y en la orgía. Yo mismo lo había puesto en el mundo y le había regalado algo, cada vez que dejaba escapar de mi alma expectante, deseos y esperanzas; la mágica fuerza de mi yo.

Con horror, me di cuenta de que mi vida entera estaba hecha de espera, en todas sus formas, sólo de espera; una especie de irrefrenable desangrarse y que el tiempo dedicado a la percepción del presente se podía calcular en horas.

Como una pompa de jabón, reventó delante de mí lo que hasta ese momento me había parecido la sustancia de mi vida.


Le aseguro que, a pesar de todo lo que se realiza en la tierra, siempre, cada cosa, produce un nuevo aguardar y un nuevo esperar, el universo entero está impregnado del hálito pestilente producido por la muerte de un presente recién nacido.

¿Quién no ha probado la enervante fatiga que se encuentra en la sala de espera de un médico, de un abogado, de una oficina administrativa? Y bien, esto que llamamos vida es sólo la sala de espera de la muerte.

En ese instante, comprendí, de improviso, qué es el tiempo. Nosotros mismos somos formas producidas por el tiempo, cuerpos que parecen materia y que no son otra cosa que tiempo coagulado. Nuestro cotidiano marchitarnos delante de la tumba, qué es, sino reverter el tiempo, ayudados por la espera y por la esperanza; de la misma forma que el hielo, derritiéndose sobre el hogar, se vuelve agua."

J. H. Obereit Visita el País de los Devoradores de Tiempo (1915)

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